La yema de mis dedos repasaba el dorso de su mano, sus pliegues,
aquellas marcas que deja el tiempo a su paso. El sobresalto de sus vasos sanguíneos
bien marcados. Entonces al mirarle y mirarle comencé a comprender su historia,
esa historia que no cuenta con palabras, la historia de sus manos, la historia
y los secretos escondidos en las marcas, en las líneas.

Sé que es una de esas personas que ha luchado y que lo que
tiene se lo ha ganado a puro trabajo, así me han susurrado las marcas oscuras
que me indican sus cayos y la curvatura y promontorios de sus articulaciones. A
pesar de todo aquello, de sus luchas, de sus suplicios sé que es una de esas
personas que con un par de dulces caricias lo dice todo y al mismo tiempo nada,
no hay necesidad de que me diga nada, lo sé con solo verle, lo sé con solo el
hecho de sentir el rose de su piel, cuanta comprensión, cuanto cariño pueden
guardar sus manos que a pesar de todo, aun son capaces de decirme meticulosamente
cuanto amor guardan aquellas sus manos.
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